lunes, 11 de julio de 2011

HAY TIGRES

HAY TIGRES
Stephen King


Charles necesitaba angustiosamente ir al lavabo. Ya era inútil engañarse diciendo que podía esperar al recreo. Su vejiga protestaba desesperadamente, y Miss Bird le había descubierto retorciéndose.

Había tres profesoras en el tercer grado de la Escuela Elemental de Acorn Street. Miss Kinney era joven y rubia y llena de vivacidad. Mrs. Trask tenía la hechura de un almohadón moruno, se peinaba con trenzas y se reía ruidosamente. Y luego, estaba Miss Bird.

Charles había sabido que terminaría con Miss Bird. Lo había sabido. Había sido inevitable. Porque era obvio que Miss Bird quería destruirle. No permitía que los niños fueran al sótano. El sótano, explicó Miss Bird, era donde se guardaban las calderas de la calefacción, y las señoras y los caballeros bien educados jamás irían allí, porque los sótanos eran lugares feos, viejos y llenos de hollín. Las jóvenes y los caballeros, repitió, no bajan al sótano. Van al cuarto de baño, dijo.

Charles volvió a retorcerse. Miss Bird le miró.

-Charles -dijo claramente, señalando Bolivia con el puntero-, ¿no necesitas ir al baño?

Cathy Scott, que tenía el pupitre delante de él, se rió pero cubriéndose prudentemente la boca con la mano.

Kenny Griffin hizo una mueca y dio una patada a Charles por debajo del pupitre. Charles se ruborizó.

-Di algo, Charles -insistió Miss Bird, vivamente-. Necesitas... (dirá orinar, siempre dice orinar)

-Sí, Miss Bird.

-¿Sí qué?

-Que tengo que ir al só..., al baño.

Miss Bird sonrió.

-Muy bien, Charles. Puedes ir al baño a orinar. ¿Es eso lo que necesitas hacer? ¿Orinar?

Charles bajó la cabeza, abrumado.

-Muy bien, Charles. Puedes ir. Y la próxima vez, por favor, no esperes a que te lo pregunte.

Risitas generales. Miss Bird golpeó su mesa con el puntero.

Charles recorrió el pasillo hasta la puerta, con treinta pares de ojos clavados a su espalda y cada uno de esos niños, incluida Cathy Scott, sabía que iba al baño a orinar. La puerta estaba a una distancia tan larga como un campo de fútbol. Miss Bird no siguió con la clase, sino que mantuvo silencio hasta que él hubo abierto la puerta, pasado el vestíbulo milagrosamente vacío, y vuelto a cerrar la puerta.

Anduvo hacia el baño de los chicos... (sótano, sótano, sótano, SÍ QUIERO) ... arrastrando los dedos a lo largo de la fresca tira de mosaico de la pared, dejándolos saltar sobre el tablón de anuncios con los boletines pegados con chinchetas y resbalar sobre la... (ROMPAN EL CRISTAL EN CASO DE EMERGENCIA)... superficie roja de la caja de la alarma contra incendios.

Miss Bird disfrutaba. Miss Bird disfrutaba haciéndole ruborizarse. Delante de Cathy Scott -que nunca necesitaba ir al sótano, ¿hay derecho?- y de todos los demás.

P-E-R-R-A, pensó. Lo deletreó porque el año pasado había decidido que, si se deletreaba, Dios no lo consideraba pecado.

Entró en el baño de los chicos.

Dentro estaba muy fresco, con un leve, aunque no desagradable, olor a cloro, colgado insistentemente del aire. Ahora, a media mañana estaba limpio y desierto, tranquilo y agradable, no como el maloliente y humoso cubículo del Star Theatre, en la ciudad. El baño... (¡sótano!)... estaba construido como una L, la pata corta con una hilera de pequeños espejos cuadrados sobre palanganas de porcelana y un rollo de toallas de papel... (NIBROC)... y la pata más larga con dos urinarios y tres cubículos con sus tazas.

Charles dio la vuelta a la esquina después de contemplarse, aburrido; su rostro delgado y pálido en uno de los espejos.

El tigre estaba echado al fondo, exactamente debajo de la ventanita blanca. Era un gran tigre, con rayas y manchas oscuras pintadas en su piel. Levantó la cabeza vivamente para mirar a Charles y sus ojos verdes se estrecharon. Una especie de gruñido suave como ronroneo escapó de su boca.

Los ágiles músculos se flexionaron y el tigre se levantó. Agitó la cola y golpeó con un ruidito corto los lados de porcelana del último urinario.

El tigre parecía muy hambriento y agresivo.

Charles salió precipitadamente por donde había entrado. La puerta parecía tardar años en cerrarse, neumáticamente, tras él, pero cuando lo hizo se creyó a salvo. Esta puerta solamente se abría empujándola, y no recordaba haber leído jamás, u oído, que los tigres supieran abrir puertas.

Charles se secó la nariz con el dorso de la mano. Su corazón latía con tal fuerza que podía oírlo. Seguía necesitando ir al sótano, más que nunca.

Se revolvió, bailó, y apretó la mano contra el vientre. Realmente tenía que ir al sótano. Si solamente pudiera tener la seguridad de que no se acercaría nadie, podía entrar en el de las niñas.

Estaba del otro lado del vestíbulo. Charles lo miró anhelante, sabiendo que no iba a atreverse en un millón de años. ¿Y si llegara Cathy Scott? Oh... horror de los horrores... ¿Y si la que llegara fuera Miss Bird?

Quizás había imaginado el tigre.

Abrió la puerta lo suficiente para acercar un ojo y miró. El tigre le miró a su vez desde el ángulo de la L, con los ojos de un verde resplandeciente. Charles imaginó que podía ver una minúscula manchita azul en aquel brillo profundo, como si el tigre se hubiera comido uno de sus ojos. Como si...

Una mano rodeó su cuello.

Charles lanzó un grito sofocado y sintió que tanto el corazón como el estómago se le anudaban en la garganta.

Por un momento, tuvo la terrible sensación de que iba a mojarse.

Era Kenny Griffin, sonriendo complaciente:

-Me ha mandado Miss Bird porque llevas años sin volver. Prepárate.

-Sí, pero no puedo entrar en el baño -dijo Charles medio muerto del susto que le había dado Kenny.

-¡Estás estreñido! -lanzó Kenny alegremente-. ¡Espera a que se lo cuente a Cathy!

- ¡No se te ocurra! -dijo Charles asustado-. Además, no lo estoy. Hay un tigre allá dentro.

-¿Y qué está haciendo? -preguntó Kenny-. ¿Pis?

-No lo sé -murmuró Charles mirando a la pared-. Yo sólo querría que se fuera -y se echó a llorar.

-Eh -dijo Kenny, desconcertado y un poco asustado-. ¡Eh!

-¿Y qué pasa si tengo que ir? ¿Y si no puedo hacer otra cosa? Miss Bird dirá que...

-Vamos -insistió Kenny, cogiéndole del brazo con una mano y empujando la puerta con la otra-. Te lo estás inventando.

Estuvieron dentro antes de que Charles, aterrorizado, pudiera soltarlo y arrimarse a la puerta.

-¡Un tigre! -exclamó Kenny asqueado-. Chico, Miss Bird te matará.

-Está del otro lado.

Kenny empezó a andar junto a las palanganas:

-¿Gatito-gatito-gatito-gatito? ¿Gatito?

-¡No lo hagas! -chilló Charles.

Kenny desapareció en la esquina.

-¿Gatito-gatito? ¿Gatito-gatito? Gat...

Charles salió disparado por la puerta y se apoyó en la pared, esperando, con las manos apretando la boca, y los ojos cerrados con fuerza.

No se oyó ningún grito.

No tenía idea de cuánto tiempo permaneció allá, helado, con la vejiga a punto de reventar.

Contemplaba la puerta del sótano de chicos. Pero no le decía nada. Era sólo una puerta.

No iría.

No podría…

Pero al fin entró.

Las palanganas y los espejos seguían ordenados, y el vago olor a cloro persistía. Pero ahora parecía que había otro olor por debajo de aquél. Era un olor vagamente desagradable, como de cobre rallado.

Con gemidos de impaciencia (pero silenciosos), se acercó al ángulo de la L y miró.

El tigre estaba echado en el suelo, lamiendo sus patazas con una enorme lengua color de rosa. Miró a Charles sin curiosidad. Enganchado en una de sus garras había un trozo de camisa.

Pero su necesidad era ahora pura agonía, y ya no podía esperar. Tenía que hacerlo. Charles se acercó de puntillas a la palangana más cercana a la puerta.

Miss Bird entró como un huracán cuando ya se abrochaba los pantalones.

-¡Vaya, niño sucio, repugnante! -le increpó casi reflexiva.

Charles, asustado, no perdía de vista la esquina.

-Lo siento, Miss Bird..., el tigre..., voy a limpiar la palangana..., lo haré con jabón..., le juro que lo haré...

-¿Dónde está Kenneth? -preguntó Miss Bird con calma.

-No lo sé.

La verdad es que no lo sabía.

-¿Está allá dentro?

-¡No! -gritó Charles.

Miss Bird se acercó al lugar donde la habitación hacía ángulo:

-Ven aquí, Kenneth. Ahora mismo.

-Miss Bird...

Pero Miss Bird ya había dado la vuelta a la esquina. Iba dispuesta a atacar, pensó Charles, pero iba a descubrir lo que era un ataque de verdad.

Volvió a traspasar la puerta. Bebió agua en la fuente de la entrada. Miró la bandera americana colgada sobre la entrada del gimnasio. Miró el tablón de anuncios. El Mochuelo del Bosque, avisaba: GRITA, PERO NO CONTAMINES. El Buen Amigo, aconsejaba: NO TE VAYAS CON DESCONOCIDOS. Charles lo leyó todo por dos veces.

Después, volvió a la clase, recorrió el pasillo hasta su sitio con los ojos en el suelo, y se deslizó en su asiento.

Eran las once menos cuarto. Sacó Caminos a todas partes y se puso a leer sobre Bill en el Rodeo.

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